La excusa, un viaje.

En los últimos días he recibido un par de llamados furiosos, advertencias con tintes terroristas, extorciones cibernéticas, secuestros express, robos con arma blanca y amenazas a muerte, todo por el evidente abandono del blog.

No hay muchas excusas que justifiquen el hecho, tan solo dos:

1. Con todo y que Bolivia aflige, que las campañas en contra del ALBA dan rabia como rabia da la incoherencia del Gobierno, que la crisis financiera de EE.UU parece lejana a mi cuenta de banco y que las lluvias licuan los cerros, no he sentido la chispa para escribir.

2. Esta otra resulta ser poco creíble, pero les aseguro que es la de mayor peso; y es que no me ha quedado tiempo de sentarme a publicar ya que los caminos han empezado a caminarme al punto que he llegado a darle los buenos días con nombre y apellido a la recepcionista del hotel. De hecho, ahora mismo escribo desde mi casa-hotel, la cual dicho sea de paso no tiene internet, lo cual implica que el día de mañana tendré que escaparme por un rato de la chamba (pega, laburo, curro) e ir a un café internet de esta Marcala en feria e intentar colgar esta publicación con la ayuda de palomas mensajeras (si de la velocidad del internet dependiera, Marcala jamás hubiera llegado a obtener la Denominación de Origen de su Café).

Entonces, para que este septiembre no se vaya en impares, el día de hoy me he propuesto publicar una poesía gris y telúrica como solo las puedo encontrar en la antología de la Poesía Hondureña de Hoy (es decir de 1971). Y conste que este es el plan B; el plan A implicaba hablar de una pareja de mariposas, de una playa amarilla, de un ocaso azul, de un corazón azul, de una libélula, de unas pirámides prehispánicas, pero ese verso reposa bajo mi almohada, naufraga en un silencio.

Entonces, he repasado autor por autor, poema por poema, verso por verso, y como lo anticipe, los que me han atraído más no son necesariamente la de la oda a la rosas, ni la de la ofrenda lírica a la patria, ni el renacer del naranjo, sino la de la invocación a la soledad, la del vórtice de angustias, la de la infinita espera.

Y bien, entre tanto desgarro me decidí por José Adán Castelar, poeta de azules profundos como sus mares (nuevamente el azul), es decir los de Ceiba. Y de entre tanto he escogido su verso de rabia, su explosión contenida, un descontento a punto de desbordarse:

Puño
No estoy contento,
hay tantas cosas que me oprimen aquí.
Lo digo,
y no estoy contento.
Soy joven.
Habito un pájaro violentamente pobre.
En un camino obrero doy lo que puedo del amor
y recibo mi parte.
Pero no estoy contento.
Hay tantas cosas como muros aquí;
tantos golpes que asestar,
tantos epitafios que escribir.
En una espera avanzo.
Es una espera crezco.
Llego a un rincón
donde viven otros como yo.
Y no estoy contento.
Hay tantos muros que derribar aquí,
tanta muerte que golpear,
tanta puerta que abrir a los caminos,
tanta pobreza de nosotros
que edificar con porvenir.

Una flor blanca hace un año

Esa flor blanca echada al suelo, como tu justa paz pisoteada hace 35 años, fue la excusa para visitarte hace un año. Hoy con 365 días sumados y ya con las suelas ancladas en mi ombligo, vuelves a estar presente en mi memoria y en mi corazón.


Hasta siempre compañero presidente.