Carlos de Haes (1876). Los picos de Europa
“Vuela siempre hacia arriba, hacia la cúspide del monte coronado de águilas, hacia la gloria de la luz. No lleves en tu garra de hierro las piltrafas de las carnes de tu enemigo: ni en tu ojo rutilante el fuego del odio que sientes por él; ni en tu pico, hecho para partir viscosas víboras, el rastro de la sangre de su corazón.(…) No causes tormentos, ni sordas iras, ni envidias bajas, ni rivalidades ruines. Sé generoso. Sé noble. Sé leal. Anida en los cóncavos de las montañas bíblicas; busca la compañía de los espíritus excelsos; júntate a la cuadriga de las almas superiores. Que te atraiga la nube; que tiendas el ala a la estrella de la mañana; que rompas por un éter sereno. Sube, sube, sube; y si bajas, si quieres bajar, baja prendido a la crin de los huracanes. Vive con dignidad bajo el sol. Vuélvete a las auras y salúdalas; vuélvete a los ocasos y salúdalos también. (…) Bebe luz a torrentes. Desde tu altura domina todos los horizontes, sigue la dirección de todos los vientos, estremécete bajo los soplos del cielo. Pon el oído a los rumores de la muchedumbre, a las palabras del abismo, a las voces de los espíritus. No tengas fiebre, ni insomnios, ni desesperaciones, ni desmayos, ni vértigos, ni alegrías locas, ni cólera pasajera”.
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